lunes, 24 de enero de 2011

Innecesario contingente cayendo en un desánimo nihilista










Esperando a los bárbaros

-¿Qué esperamos congregados en el foro?
Es a los bárbaros que hoy llegan.

-¿Por qué esta inacción en el Senado?
¿Por qué están ahí sentados sin legislar los Senadores?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
¿Qué leyes van a hacer los senadores?
Ya legislarán, cuando lleguen, los bárbaros.

-¿Por qué nuestro emperador madrugó tanto
y en su trono, a la puerta mayor de la ciudad,
está sentado, solemne y ciñendo su corona?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
Y el emperador espera para dar
a su jefe la acogida. Incluso preparó,
para entregárselo, un pergamino. En él
muchos títulos y dignidades hay escritos.

-¿Por qué nuestros dos cónsules y pretores salieron
hoy con rojas togas bordadas;
por qué llevan brazaletes con tantas amatistas
y anillos engastados y esmeraldas rutilantes;
por qué empuñan hoy preciosos báculos
en plata y oro magníficamente cincelados?
Porque hoy llegarán los bárbaros;
y espectáculos así deslumbran a los bárbaros.

-¿Por qué no a acuden, como siempre, los ilustres oradores
a echar sus discursos y decir sus cosas?
Porque hoy llegarán los bárbaros y
les fastidian la elocuencia y los discursos.

-¿Por qué empieza de pronto este desconcierto
y confusión? (¡Qué graves se han vuelto los rostros!)
¿Por qué calles y plazas aprisa se vacían
y todos vuelven a casa compungidos?
Porque se hizo de noche y los bárbaros no llegaron.
Algunos han venido de las fronteras
y contado que los bárbaros no existen.

¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros?
Esta gente, al fin y al cabo, era una solución.



Constantino Kavafis escribió un enigmático poema en el que se habla de una multitud vaciando las calles y regresando sombría a sus casas porque ha comenzado a anochecer y no llegan los bárbaros. De algún modo, el poema expande un regusto a fracaso y traición que transgrede una larga tradición cultural: los bárbaros, que constituyen perennemente la metáfora de una terrible amenaza, son invocados como la última esperanza de salvación.

Constantino Petrou Cavafis (en griego Κωνσταντίνος Πέτρου Καβάφης. Alejandría, Egipto; 29 de abril de 1863 – 29 de abril de 1933) fue un poeta griego, una de las figuras literarias más importantes del siglo XX y uno de los mayores exponentes del renacimiento de la lengua griega moderna.

"Viñas abrazadas por el invierno", Titulcia enero de 2011, Inés González.

4 comentarios:

mateosantamarta dijo...

Puedes creer que hace unos días estuve pensando en poner este poema en mi blog?
Una viña abandonada así es algo penoso. Seremos también cepas abandonadas?
Un abrazo. Inés.

El peletero dijo...

Kavafis sabía lo que se decía, sólo alguien civilizado como él puede distinguir un bárbaro de un siervo.

¿Viñas abandonadas o es que sólo hace frío? Es invierno incluso en verano.

manolotel dijo...

No hace tanto que he estado leyendo a poetas griegos modernos (a Shandy le puse un poema de Eleni Vakaló) a los que Kavafis proporcionó no solo recursos sino también inspiración. Yo soy de ciencias y solo estudié (era obligatorio) algo de latín, así que me apoyo bastante en las traducciones y las notas correspondientes.

Este poema en concreto me parece que dice más de lo que aparenta, porque al menos a mi, me hace reflexionar sobre el significado de lo que han sido y son conflictos limitados, apoyados o consentidos por necesidades económicas y geoestratégica y la préctica política de señalar enemigos concretos con que justificar y motivar enormes movimientos de tropas por todo el mundo.

La foto es cruda y llana textura de este invierno caprichoso.

Me encanta pasear por estas orillas tuyas.

Un beso grande, amiga.

Pedro M. Martínez dijo...

El desierto de los tártaros narra una epopeya secreta. Recién nombrado oficial, Giovanni Drogo es destinado a la Fortaleza Bastiani, una remota posición militar situada en las fronteras del reino, más allá de la cual se extiende sólo un desierto árido y pedregoso, inquietado desde siempre por la amenaza siempre postergada de los tártaros; la Fortaleza es un desabrido laberinto de muros amarillos enclavado en medio de un paisaje forajido y abrumado por un clima inhóspito, un lugar con "un aire vago de castigo y de exilio" poblado por hombres ajenos y absurdos que parecen inmovilizados en un tiempo sin tiempo, siempre a la espera de unos tártaros que, como los bárbaros del poema de Cavafis, quizá no existan o sólo sean una invención enfermiza nacida de la irreprimible necesidad de dar sentido a su vida que aqueja a los hombres. Drogo no ha solicitado ese destino, no sabe por qué se le ha asignado ese destino, no sabe durante cuánto tiempo deberá permanecer en él y, aunque al principio trata de regresar a los placeres y seguridades de la ciudad, o al menos de que le envíen a un lugar menos ingrato, finalmente el hechizo del desierto se apodera de él y sucumbe a la enfermedad común de la espera. Sediento de gloria y de batallas, aferrado a la certidumbre ilusoria del destino heroico que le aguarda y que habrá de resarcirlo de su vida malograda en aquel lugar en que ha enterrado las alegrías y dulzuras de la juventud, Drogo espera en vano y hasta el último momento y contra toda esperanza la llegada de los tártaros, contemplando cómo la Fortaleza se convierte con el tiempo en un bastión ruinoso y él en un viejo sin redención al que se le ha ido la vida en una espera inútil.

Dino Buzzati