jueves, 15 de abril de 2010

Los hilos de la trama














































































El ombligo del sueño

1. Serie primera: Omphalos, ombligo, Nabel son algunas de las palabras utilizadas por Freud para describir ese extraño lugar en donde el análisis se detiene. Si nos imaginamos la materia de la que están hechos los sueños podríamos pensar en una especie de madeja de hilos enredados, los cuales se irían desanudando a medida que avanza la tarea interpretativa. El sueño, en definitiva, es algo así como una pelota de lana. La labor del análisis no consiste, por tanto, en un trabajo de tejedor. Se trata más bien de un tipo de histología, de un estudio de tejidos.
Sin embargo, todo sueño tiene su punto de detención, su ombligo. Como un agujero negro. En un momento determinado, justo cuando los hilos comienzan a desatarse, todo parece detenerse. Todo sueño se teje alrededor de un nudo, una cicatriz inanalizable a la que no se puede acceder. El resto de los hilos de la madeja no es sino la memoria de ese corte originario. Corte o herida como espacio inaccesible tanto a la palabra como a la interpretación. Pero es en este lugar omphalico allá donde los pensamientos no quieren desenredarse, donde el sueño comunica con lo desconocido. Y es precisamente en ese momento, nos dice Freud, cuando en el lugar más denso de la materia onírica surge el deseo, como una seta de su micelio.

2. Serie segunda: El hongo. No es por el comienzo de la serie por donde debemos empezar. Después del corte, a mitad de camino, en el momento mismo de situarnos ante la encrucijada, nos encontramos con el hongo. El trazo limpio y sobrio de una herida en negro preside la mancha gris, casi impenetrable, de la madeja. En el centro, una concentración circular del micelio. A partir de aquí, de este agujero negro localizado en el centro de la serie, se atan y desatan los otros nudos.
Micelio no es sólo la ramificación de un conjunto de hongos y filamentos. Mukos, de donde procede la palabra, es en griego el fondo, la parte más íntima, lo oculto. El hongo nos indica ese punto cero. La cavidad secreta, sin embargo, no esconde ningún tipo de revelación o verdad. Como una seta del micelio, surge el deseo del sueño justo cuando todo parece paralizarse. El deseo se produce, acontece, no cuando lo íntimo se desoculta, sino cuando el fondo impenetrable se vuelca hacia lo desconocido. La madeja no se desteje ni se desliga. Los nudos no se desenredan hacia una solución apaciguadora. El ombligo se pliega y se liga con lo otro. Se vuelve otro. Lo no-indéntico.
3. Serie tercera: la disolución. Sin embargo, no hay parálisis posible en el movimiento de la serie. Si las dos primeras series convergen en esa especie de no-vía, de aporía o nudo impenetrable, es justamente allí donde tiene lugar la fuga del deseo. La serie tercera se abre con la sobriedad de un trazo que ya comienza a desligarse. Esta elegancia e incluso parquedad del dibujo se mantiene ya hasta el final. Casi como un ideograma chino. A veces, la línea deviene huevo. Era en esta sobriedad extrema donde Deleuze cifraba el secreto de la gran literatura. El estilo, aquel que nos sitúa ante el vértigo de la belleza, es quizás un juego de caligrafía, una línea quebrada, un trazo limpio. Es este punto lo que une a los buenos escritores con los grandes artistas.
Puede que estemos aquí ante una labor minuciosa de un tejedor. En su tarea penelopéana, la autora no ha hecho más que atar, tejer, cortar, coser y destejer los nudos de una materia extraña. En cada nudo, sin embargo, algo se ha transformado y desplazado. Como un juego de fuerzas. Estas series nos conectan con la memoria de ese nudo-acontecimiento, con ese lazo ligado y desligado a la vez, desde el cual tiene lugar el deseo. Al ser testigos de ello, nos situamos en el borde del abismo ante lo otro absoluto. Pues el deseo no puede ya pertenecer al orden de la identidad, sino al del acontecimiento. Y, ¿no es acaso el acontecimiento eso otro que nos adviene? No podemos obviar que en la aparición de lo otro se introduce también la posibilidad de la muerte. Como tampoco que la muerte es también condición del deseo.
La obras de arte se reconocen, quizás, por esa capacidad que tienen de hacernos pensar en el límite de lo reconocible. Las obras de arte nos llevan al límite. Y es en ese momento cuando ellas, como el ombligo del sueño, nos hacen rozar lo desconocido.


Carolina Meloni
Madrid, septiembre 2005.


"Los hilos de la trama" Libro de artista, dibujos, grabados, fotografías, tintas y acuarelas s/ papel hecho a mano, 350 grs 100% trapo.