Otra vez el amanecer y sus gallos
mientras mis ojos, hace exactamente un instante,
se han abierto, contra la geografía del cielo.
Otra vez el arte ha salido al encuentro
con su labio mudo, sin reconocer las vocales
que se quedaron en el sueño.
Una vez más diré las mismas cosas,
veré, de este lado, ese cuerpo
que empieza a pertenecerme un poco más
cada día.
Hoy, amada pasión,
estás aprendiendo a desodiarme, aunque tu lengua
de perro extraviado me siga, dando silbos de nostalgia,
de rabia y me haga vagar
como un loco, entre mareas del verbo.
Hoy, apenas nadie te conoce
por que no eres, por que no estás
en las galerías de museo alguno,
y a pesar de ello
entras con tu pluma, en el pecho
de los que se mueren en las cárceles,
de los que hacen barcos de papel,
de los niños,
de los despatriados y absurdos,
de los que te olvidan
y sin querer te nombran,
de los que leen el periódico y hablan del tiempo,
de todos, digo
aunque sólo hables desde el umbral del sueño
con otro nombre y sin los vértices
que abren tanto río en el alma de las razas.
Tal vez, por todas estas cosas
alguien deberá contar la historia
con otras lenguas y otros colores,
mañana, cuando hayamos abierto las puertas
y la cuerda vibre para destruir
el cuerpo hueco del espanto. Entonces
no habrá más pena, ni más olvido
en nuestra gran casa, enorme boca
vacía de miedo, llena de luz y de risas,
como antes del naufragio que nos dejó mudos,
huérfanos de toda memoria.
Por eso, esta noche,
innumerables jirones de creación,
caminarán por entero nuestro cuerpo,
haciéndonos temblar,
dándonos otros huesos,
otros hilos, para iniciar esa nueva trama
que nos salve del olvido.
Daniel González
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