miércoles, 19 de enero de 2011
Ha de llover
Hay sequía en la luz y la ceniza llora,
como mi madre, sin lágrimas.
Ha de llover.
Ha de llover hasta que se levanten los maíces sagrados y sea posible la celebración de la muerte.
Ha de llover.
¿Por qué no? ¿ Por qué no ha de llover
en la tiniebla intestinal y en las hirvientes médulas?
Ha de llover
en los niños frenéticos y en los adoradores nocturnos
y en los ancianos extraviados en la música.
Ha de llover
en el pensamiento y en la felicidad ensangrentada.
Ha de llover sobre esta piedra enferma
donde, en la noche, cunde un resplandor
procedente de astros inservibles.
Ha de llover,
tiene que caer la lluvia suavemente
sobre los suicidas del amanecer.
Ha de llover
en la superficie cristianizada por la industria. Tiene que llover
hasta que aúllen las alondras y,
bajo las catenarias, en Vega Magaz,
los ferroviarios se desnuden
y detengan la máquina que llora.
Ha de llover en la extremaunción
sacramentalmente perversa. Ha de llover
en el interior del hierro y en la furia negra
de quince niños guineanos y
quince niños prematuros.
Ha de llover con ternura
sobre las secretarias parturientas.
Ha de llover
sobre los jueces y los asesinos,
sobre los comandantes y las monjas.
Ha de llover en los prostíbulos
y en los ministerios invisibles
y en ciertas fístulas azules y
sobre las serpientes melancólicas.
Y las serpientes han de silbar tristemente
treinta melodías olvidadas. Son
reconocibles por su olor a sombra
y a sustancia inguinal. Dichas serpientes
silbarán en las cajas de ahorro
y en los urinarios y en las tumbas.
Sí, ha de llover: hoy es martes
especialmente. Hoy resucitan
los fusilados de Villamañán.
Ha de llover en las letrinas
notariales hasta que aparezcan los títulos
de la propiedad mortal y de la tristeza hipotecaria y
cien cartas de amor de Francisco Franco.
Ha de llover con dulzura sobre las niñas que abortan en octubre.
Ha de llover en la agonía de Jorge Pedrero y
sobre los visitantes lívidos.
Ha de llover en mis venas
y en mi desaparición. Causa analógica:
se sabe que los agonizantes son felices
rodeados de llanto.
Ha de llover con crueldad católica
sobre los huesos de Felipe Segundo
y de los Caídos por Dios y por España.
Agua para los prostáticos
y su dolor universal, agua también
para los sifilíticos y los curas.
Agua para los Borbones
y para los mendigos y las mujeres rojas
que gritaban los gritos amarillos
de mil novecientos treinta y seis.
Ha de llover.
Ha de llover en los pantanos
rebosantes (se dice) de fascismo y de
tristeza imperial. Se han encontrado
poderosas razones ecuménicas
para que llueva en los pantanos. Es
físicamente necesario a causa
de la prosperidad del incesto y
de los cuchillos olvidados en las iglesias. Ha
de llover.
Ha de llover, sí, pero no han de olvidarse
los manantiales del odio ni las acequias
secretas de los monasterios ni
la humedad de las sociedades anónimas.
Ha de llover jamás y siempre. Con
desesperación agraria. Ha de llover
hasta que enloquezcan los metales
y el sílice y las inmensas madres
del Barrio de la Sal.
Ha de llover ya.
¿Está lloviendo?
Sí, está lloviendo. Las madres
son blancas y locas.
Ya vienen
al penal y a los laboratorios
de la tortura.
Ya
están aquí las madres. Traen
fuego y amor.
¡Ah de la lluvia
sobre las madres!
Ya
el agua y el amor y el fuego cunden.
Ya están ardiendo sin escoria
con esperanza roja, ávidamente,
dulcemente, los juicios sumarísimos.
¡Ah de la lluvia!
Antonio Gamoneda "Extravío en la Luz"
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