Amigos entrañables que dejé en Libia, noviembre de 2010
Bucarest
Como un día después debían comenzar las deportaciones, vino de noche Rafael, vestido con una vasta desolación de seda negra, con capucha, sus miradas ardientes se cruzaron sobre mi frente, arroyos de vino comenzaron a correr sobre mi rostro, se desparramaron por el suelo, los hombres los sorbían en el sueño.-Ven me dijo Rafael, colocando sobre mis hombros en demasía relucientes una desolación semejante a la que él llevaba. Me incliné ante mi madre, la besé incestuosamente y salí de la casa. Un enorme enjambre de grandes mariposas negras de los trópicos me impidió avanzar. Rafael tiró de mí hacia él y bajamos a la línea del tren. Bajo los pies sentí los rieles, oí el pitido de una locomotora, muy cerca, el corazón se me hizo un nudo. El tren pasó sobre nuestras cabezas.
Abrí los ojos. Ante mí había en una extensión infinita un gigantesco candelabro con miles de brazos.-¿Es de oro? le susurré a Rafael.-De oro. Subirás a unos de los brazos para que cuando yo lo haya alzado en el aire lo puedas fijar en el cielo. Antes del amanecer los hombres podrán salvarse cuando vuelen hacia allí. Yo les indicaré el camino y tú les das la bienvenida. Subí a uno de los brazos, Rafael pasó de un brazo a otro, los tocó uno tras otro, el candelabro comenzó a elevarse. Una hoja se posó en mi frente, precisamente allí donde me había alcanzado la mirada de mi amigo, una hoja de arce. Miro a mi alrededor: esto no puede ser el cielo. Pasan las horas y nada encuentro. Lo sé: abajo los hombres se han juntado, Rafael los ha tocado con su finos dedos, también ellos han subido y yo sigo sin detenerme.
¿Dónde está el cielo? ¿Dónde?
Poemas y Prosas de Juventud, Paul Celan.