Las imágenes, una que las centra
en planetaria rotación, se borran
y suben a un lugar por sus impulsos
donde al surgir de nuevo toman forma.
Por eso yo no sé cuáles son éstas.
Yo pregunto qué sol, qué brote de hoja
o qué seguridad de caída
llegan a la verdad, si está más próxima
la rama del nogal que la del olmo,
más la nube azulada que la roja.
Quizá, pueblo de llamas, las imágenes
enciendan doble cuerpo en doble sombra.
Quizá algún día se hagan una y baste.
¡Oh, regio corazón como una tolva,
siempre clasificando y triturando
los granos, las semillas de mi corta
felicidad! Podrían reemplazarme
desde allí, desde le cielo a la redonda,
hasta dejarme muerto a fuerza de almas,
a fuerza de mayores vidas que otras
con la preponderancia de sus fuego
extinguiéndolas: tal a la paloma
lo retráctil del águila. Misterio.
Hay demasiadas cosas infinitas.
Para culparme hay demasiadas cosas.
Aunque el alcohol eléctrico del rayo,
aunque el mes que hace nido y no se posa,
aunque el otoño, sí, aunque los relentes
de humedad blanca...vienes por tu sola
calle de imagen, a pesar de ir sobre
no sé qué Creador, qué paz remota...
Del libro "Don de la ebriedad" de Claudio Rodríguez
2 comentarios:
Esos clavos que pintas son como una lluvia inversa para desgastarse en la tierra. Yo diría que hay demasiadas cosas finitas, pero con alma infinita. Los clavos me recuerdan al viejo Paco, el herrador. Son iguales esos clavos, destinados a las herraduras de las mulas que araban la tierra, en planetaria rotación, porque rotar la tierra era lo que hacían. Nadie como Claudio abordó la tierra y su misterio. Gracias por tus dibujos, Inés.
Manuel.
Este poema, el más intenso, creo, de Claudio Rodríguez, es una pieza maestra. Gracias por el fragmento que de él has elegido y que releeo con enorme placer.
Publicar un comentario